CARTAGENA DE INDIAS
CARTAGENA DE INDIAS 8/10/2019
Confía en el tiempo que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades
(Don Quijote)
HISTORIAS DE CARTAGENA
-JOSE RESTREPO-
Ahora que las cosas han cambiado, José Restrepo habla del pasado como vivido por otro. Da compañía y charla en una habitación con puerta a la calle de los Siete Infantes de Cartagena, desde donde ve pasar la vida dibujando en las paredes.
Había vivido en Madrid, dos años hace veinte años y añora las tardes de toros en Las Ventas y la llegada del invierno que no existe en Cartagena. Le gustaban las noches frías de Madrid solo por la estética del gabán y los cuellos levantados.
Había querido ser matador de toros o boxeador estilo Kid Pambelé pero no pudo ser.
Estuvo casado, pero con su mujer solo se ponía de acuerdo para llevarse la contraria. Comprendió que la cosa empezaba a ir mal cuando su mujer empezó a cobrarle a veinte mil pesos el polvo y doce mil el hospedaje.
Ella lo abandonó cuando comprendió que el mayor golpe de fortuna que podría tener a su lado sería ganar un pasaje en el Titanic
Me dejó este cuarto, un crevrolet 300 verde y a Satán, dijo señalando a un chucho que dormitaba derramando el hocico por el suelo de baldosa hidráulica.
Satán enarcó las cejas al oírlo en un gesto de recelo, como sospechando aún que su dueño fuera realmente capaz de ponerle un plato de comida diaria.
Luego fue mendigo unos meses, pero un mendigo tan digno que no aceptaba limosna por debajo de los diez dólares así es que no le fue bien.
Y eso es todo, acabó allí en compañía de Satán y de su amigo Orlando, un negro cartagenero con una mirada veinte años mayor que sus ojos y al que le crujía el pellejo como escamas secas de pescado.
A José Restrepo le gustaba contar que un día recibió una llamada para identificar el cadaver de su esposa. Parecía distinta. Se gastó un capital en cirujanos plásticos y consiguió parecer media hora más joven. El amante con el que se había ido antaño había resultado ser el envoltorio de un cubano en su versión sórdida, miserable y pobretona.
Y llegados a este punto de la historia. José Restrepo callaba largo rato para arrancar luego a decir lo que le dijo el forense:
– Ha sido un accidente
Luego callaba
– ¿Qué tipo de accidente? Pregunté
– Un accidente, dijo. Se mordió accidentalmente la lengua y murió envenenada.
Y entonces en el cuartucho se oía una carcajada de José Restrepo, del negro Orlando y del perro Satán que retumbaba en toda la calle de los Siete Infantes de Cartagena.
-YULIAGNES MARIA GENESIS-
Fergó me presentó a una muchacha con la que había entablado charla en un puesto de arepas. Venezolana muy joven que había salido pitando del paraíso bolivariano de Maduro. Un año atrás, dijo, tomó la decisión de huir con 50 mil pesos, un hijo en el vientre y 19 años. Se fugó por la trocha Maicao, un angosto sendero de selva donde los indios guajiros hacían su agosto pasando a desesperados. Unas veces llegaban a destino y otras eran víctimas del infortunio.
Por la trocha de Maicao, viniendo desde Maracaibo, se transita en grupo para conjurar los asaltos, los robos y los secuestros. A veces, si la muchacha es bonita algún guerrillero se la lleva y nunca más se sabe.
A Génesis le hizo un niño un malandro que se movía por los billares de Caracas y que tenía por virtud servir siempre para dar un mal ejemplo.
Con seis meses su embarazo había alcanzado el mísero tamaño de un frijol. Hacía tiempo que no tenía asegurados los tres golpes diarios de cuchara, ni siquiera dos.
Un pandillero que siempre la quiso para él, se presentó una tarde para decirle que al malandro que la preñó le habían dado de baja. Era un pobre tipo sin suerte. El pésame le pareció un abrazo siniestro; como si a su espalda aletease un murciélago. Y entonces se marchó del país.
Fergó miró a la muchacha pensando que el azar a veces, en vez de sonreír muestra una mueca de esqueleto. Y que lo que la muchacha contaba y su aspecto combinaban como un marlboro en los dedos de un bebe.
Ciertamente Génesis era demasiado joven para un pasado de escombros.
Tenía el pelo más bien rojo con rizos como hechos por un repostero; la piel canela, a ratos cruda. Las mejillas sonrosadas como de alguien a quien le importa un carajo la existencia de las leyes de la física
Una chica dulce a la que daba miedo tocar temiendo que quedara prendido en las yemas de los dedos un polvillo de ala de mariposa.
Le gustaba que le dijeran que sonreía como Shakira.
Al marcharse, Fergó se incorporó. Se sacudió los pantalones con teatralidad y dijo que la mejor forma de enterarte de las pendencias ajenas era tener interés en el asunto o abrir una barbería. Era su manera de decir que esa historia la había encontrado el
Un pedigüeño se acercó. Parecía haber conseguido sus ropas entre los restos de un naufragio. Antes de que abriera el pico Fergó le alargó un billete de cinco mil pesos a la par que decía:
– Con tu aspecto no deberías alejarte mucho del sendero que va al Camposanto. Por ahorrarle a tus deudos el engorroso asunto del traslado, amigo.
BLAS DE LEZO 1689-1741
TODO BUEN ESPAÑOL DEBERÍA MEAR SIEMPRE MIRANDO A INGLATERRA.
( BLAS DE LEZO)
GOD DAMN YOU, LEZO!
-Dios te maldiga, Lezo!
(EDWARD VERNOM)
El sitio de Cartagena de Indias acabó el 20 de abril de 1741 con cientos de casacas rojas ingleses destripados a la bayoneta y pudriéndose al sol. Un puñado de famélicos españoles habían decidido morir y alcanzar la gloria.
El almirante Edward Vernon había reunido una imponente flota de 175 buques y un número de tropas que multiplicaba por siete el de los ibéricos.
¿Dónde estaba escrito que al Rey de España le correspondiera la mitad del mundo?- Bramaban los ingleses.
Codiciaban Cartagena por ser la ciudad más importante del Caribe y para asestar un golpe mortal al odiado español. A Inglaterra no le bastaba ya el magro botín de la rapiña de tipos como el pirata Francis Drake, a quien se le concedió el título de Sir, lo que es como llamar dama a Emilia «la tacones».
Vernom, cuando ya andaba a las puertas de Cartagena, seguro de su triunfo envió un navío a Inglaterra anunciando la victoria en una batalla que aun no había tenido lugar. Y que acuñaran monedas conmemorativas donde se viera a su enemigo Lezo arrodillado entregándole las llaves de la ciudad.
La cosa resultó funesta para la arrogancia británica. En Cartagena perdió la batalla, el prestigio y el cuero de miles de los suyos. Blas de Lezo, un anciano tuerto, cojo y manco dio a España uno de sus episodios más gloriosos. América siguió siendo española casi otro siglo.
Vernom, humillado, se alejó con los pertrechos y pocos barcos que le quedaban. Mientras se alejaba seguía lanzando cañonazos lastimeros más para tapar su ridículo que para infundir temor alguno.
– » Hemos decidido retirarnos pero para volver pronto a esta plaza después de reforzarnos en Jamaica», dijo el inglés
– » para venir a Cartagena es necesario que el Rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor porque esta solo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres. Replico el español.
En Inglaterra se prohibió hablar del episodio; vieja costumbre británica de novelar sus éxitos por exiguos que estos fueran y ocultar sus fracasos.
A Vernon se le reconoce en Inglaterra. Blas de Lezo murió solo y olvidado, enterrado en una fosa común sin identificar. España también acostumbra a pagar así a aquellos que mejor le han servido.
El Castillo de San Felipe es hoy un silente edificio joya de la ingeniería militar española que contempla firme la bahía de Cartagena.
BARRIO DE GETSEMANÍ. CARTAGENA DE INDIAS
Las calles de la ciudad amurallada presumen de viejo y de crujidos con prestigio. En este sitio, cualquier suceso que cuentes es posible. Las cosas han de tener glamour o leyenda.
El glamour, me interrumpió Fergó. se esfumó en agosto del 62 en un bote de barbitúricos. Fue en Brentwood( California) y no quiero hablar del tema.
Ya no existe. ¿ Cómo va a existir si en los espacios radiofónicos en vez de una canción de Sammy Davis puedes oír programas donde una señora habla sin pudor de un ataque de almorranas. Eso existe, créeme!.
En Cartagena de Indias, las casas porticadas de la ciudad amurallada resguardan en sus sombras a truhanes, malandrines o a hijosdalgo y por tanto con derecho a llevar espada.
El empedrado brillante de la última tormenta deja el eco eterno de los tacones apresurados de una dama por regresar a casa ante la urgencia de un marido cuyo avión se hubiera adelantado tres horas.
Cartagena de Indias es la ciudad más bonita de Colombia.
Sí, muchacho, esta gente se encontró en la hamburguesa un diente y resultó que era de oro.
Las viviendas tienen en sus tejados esquinas acabadas en punta. Ahí las brujas enganchaban sus ropajes o sus cabellos impidiendo de esta forma que entraran en los hogares.
-Nuestro hospedaje en la Casa Marco Polo no tiene eso-
– Ya, pero ya no es necesario. Las brujas han perdido la capacidad de volar, ahora van andando.
Además, hemos cumplido una edad en que da más miedo que el monstruo viva arriba de la cama que debajo.
La Casa Marco Polo es un sitio perfecto para alojarse en Cartagena y desde donde darse prisa para perder el tiempo.
En el vecino barrio de Getsemaní, un negro mastodóntico custodia la entrada al Club Havana.
Madera y ventiladores de palas crujen al unísono. Un tipo sumerge las manos en un cubo con hielos. O se acaba de bajar de un cuadrilátero o va a preparar un coctel.
En el escenario, la orquesta se coloca
Uno de ellos levanta el rostro y echa el cuello hacia atrás. Suena un solo de trompeta, comienza la noche.
UN DIA DE PLAYA. PATRICIO A. WILLIAMS
Me gusta sentarme a ver la vida pasar. A veces pasa tan despacio que, a mi altura, queda detenida, gira el cuello para observarme y parece decir: ¿ Y este?. Luego prosigue como si tal cosa pero ya me he dado cuenta de que algo tengo que hacer.
En la playa de Marbella, antes de llegar a Bocagrande y el lugar más cercano a la ciudad vieja el agua está caliente como el caldo de los garbanzos. A veces adquiere un tono rojizo por las algas que se esparcen en el revolcon que les dan las olas.
La playa de Marbella está normalmente frecuentada por Cartageneros que clavan sus estacas en la arena y levantan toldos para agradar a la parentela anciana y menuda.
Una reguero de vendedores se cruzan en varias direcciones ganándose la vida a grito pelao. Los niños juguetean y un perro con aspecto de can indigente pero modales de sibarita se da baños regulares conjurando el calor y las moscas. Es un remedo del perro de los Baskervilles que imaginó Arthur Conan Doyle
Patricio A. Williams no lleva andina en su nevera de corcho blanco. Solo águila y cerveza póker. A pesar de andar arriba y abajo la playa de Marbella bajo un sol de castigo, no se queja. Sacando para comer diario da por bueno el mucho procesionar. No le gusta mendigar por eso prefiere ganarse la vida con su nevera.
Su lamento tiene que ver con haber perdido su trabajo de maquillador de muertos en la funeraria de don Argemiro Bermúdez. Se ganaba bien la vida.
El tránsito al más allá es mucho mejor hacerlo presentable, decente y perfumado.
Las familias me lo agradecían.
En la madrugada de la navidad de dos años atrás, en la funeraria de Bocagrande sorprendió a unos gatilleros que en su huida le dejaron un tiro en la mano por su impertinencia.
La última vez que vio a don Argemiro fue en forma de silueta de tiza, en el suelo de la sala de obituario. No tuvo que hilar muy fino para concluir que se había quedado sin trabajo.
Patricio A. Williams muestra sus manos dañadas con falta de dos dedos en un gesto entre crispado y apenado, no resignado a que se pierda su talento.
Escucho su historia husmeando en sus gestos, intentando descubrir si es un attrezzo presuntuoso y ensayado como la firma de un notario, pero Patricio A. Williams no pide nada, ni siquiera que alivie su carga comprándole una lata de cerveza.
A mi patrón se lo llevó la huesuda. La vida, en realidad, improvisa como una convención de músicos de Jazz.
-¿Sabes que significa la A de mi nombre?
-¿Que significa?
-Es la A de Augusto, que era un romano importante. Crees que tengo algo de augusto?
-No lo sé. Yo creo que sí. Dame una cerveza Póker.
Patricio A. Williams abrió su nevera de corcho blanco, rebuscó un rato en que oí el sonido imaginario de los hielos que imitaba con su boca y luego me alargó la lata tan figurada como inexistente. Le pague con un billete de 5 mil pesos y me devolvió un cambio de monedas también imaginarias.
Entonces se levantó, sacudió sus rodillas de arena fina como pan rallado y se despidió no sin antes susurrarme en tono misterioso: Cuando uno está dispuesto a perderlo todo empieza a estar en condiciones de ganarlo todo.
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