UN DIA DE TEMPESTAD

 
 
 
 
Mirándose las manos sin un solo rasguño Fergó pensó fugazmente que las tenía a estreno. Fue en el tiempo en que decidió negarse a que sirvieran solo para teclear informes de urbanismo; una pérdida de tiempo. Sonaba Sabina …”aun flipa rememorando aquella mañana en que decidió….. jugársela a cara o cruz,… para una vez que te sale un órdago claro al mus….” Apagó el ordenador y se dirigió al gimnasio. Aquella tarde fue ya y  para siempre LA TARDE en que decidió meterle mano a la existencia
No es cierto que el boxeo tenga que ver con guetos, chabolas y gimnasios de extrarradio donde gentes sin esperanza no sepan distinguir entre el elogio y la adulación. No tiene que ver con palurdos de camino a su propia demolición hasta acabar  arruinados  en compañía de  una fulana alcohólica a la que se le corre el rímel cada mañana. Es mucho más que chanchullos de hampones y mucho más que un intercambio de golpes.  El boxeo va de caer y levantarse y volver a caer;  de encontrarse bajo los focos, desnudo y solo y entender que puedes perder frente al rival pero nunca frente al miedo. Va de aguantar tres minutos aterradores encajando los golpes que no puedes esquivar.  El boxeo va de forjarse una reputación por lo que hagas; al fin y al cabo la vida te recuerda por un solo motivo y de eso va el boxeo, de la vida.
En el cuadrilátero un púgil de 10 años parecía tener prisa en que la vida le pasase por lo alto. Dicen que en este mismo encordado, Nicolino Locche “ EL INTOCABLE” peleó  12 asaltos en su gira por Europa. El púgil local fue incapaz de encontrarlo ni cuando lo tenía arrinconado no dando una sola mano clara. Nicolino retrocedía y desaparecía del centro del ensogado y todas los golpes del rival iban al vacío como en un ejercicio de boxeo sombra. Lo esquivaba todo moviéndose de forma descarada mientras permanecía con la guardia baja; desde luego aquel tipo era intocable. El  rival acabó desquiciado y agotado y se decía que había personas entre el público que acabaron más cansadas que el propio Nicolino.
La historia me la había contado mil veces el cutman de aquella noche. Desde su esquina del cuadrilátero, el segundo se desesperaba conforme iban cayendo los asaltos y su pupilo no encontraba al  intocable. No quito mérito, decía con fanfarronería, a la épica de lo vivido en Kinshasa en el 74 entre Ali y Foreman pero aquello no hubiera sido igual sin la crónica de Norman Mailer y aquí, en cambio, la noche de Nicolino no había quien hiciera la crónica; en realidad no había ni quien fuera capaz de escribir recto sin salirse de las líneas.
 
 
 
 
 
 
El púgil de 10 años medía la distancia con varios golpes de engaño; se le notaba cierta valentía y había adquirido ya la suficiente fortuna en el boxeo como para no dejarse amedrentar en el patio del colegio. Al bajar del cuadrilátero camino del vestuario cruzaron miradas. El entrenador  dijo que el crío ya había elegido nombre: Tempestad Fernández se quiere llamar.