El que lucha con monstruos debe tener cuidado para no resultar el un monstruo. Y si mucho miras a un abismo, el abismo concluirá en mirar dentro de ti.

F. Nietszsche

 

                     

                                         La fantasía abandonada por la razón, produce monstruos imposibles.

                                                                                                                                            Francisco de Goya

 

 

                                                       BANGKOK

Oh, mujeres, si conocierais los derechos que vuestros maridos tienen sobre vosotros, entonces cada una de vosotras limpiaría el polvo de los pies de su marido con la cara.

 

Aisha, Favorita de Mahoma

 

Siempre me han gustado los aeropuertos y el de Estambul, en vuelo escala a Bangkok, no iba a ser diferente. Tienen un aire de provisionalidad, de efímera existencia así es que a mi me da la sensación de que cuando estoy en ellos, puedo rectificar los errores de mi vida y si no fuera así, siempre queda la opción de huir.

El de Estambul se llama Atarturk en honor a quien modernizó Turquía a principios del siglo XIX tras la catarsis que supuso el hundimiento y caída del Imperio Otomano.

Atarturk cerró las escuelas religiosas, quitó el velo a las mujeres, acabó con la poligamia y el divorcio por repudio. También introdujo un Código Civil y la laicidad del Estado. Realizó una transformación del país de corte occidental y democrático sorprendente para un país islamista de los años 20 del siglo pasado.

Hoy observo el deambular de viajeros; turistas, visitantes y locales y entre todos ellos, un numero notable de  entreveradas turcas que se desplazan silentes atrapadas en una jaula de tela negra y me parece que Atarturk queda lejísimos.

 

   

Nuestro destino nunca es un lugar sino una forma de ver las cosas

                                                    Henry Miller

 

                             

                 Cuando aterricé en Bangkok la lluvia ya estaba allí porque el Monzón llevaba semanas instalado esparciendo agua a intervalos regulares. Viajar en época de monzones para un occidental no deberá tener más consecuencia que arruinar lo gastado en la peluquería. A nadie se le van a anegar los campos y el monzón resultará para algunos una simple incomodidad y para otros un exotismo.

La ciudad parecía inquietante sin los puestos ambulantes de comida. El agua los había guarecido hasta nueva orden. Para los que no se andan con remilgos, comer en la calle es una opción más que socorrida. Se oye que las nuevas autoridades militares van a prohibir los puestos de comida callejera por razones de orden e higiene.

Cuando lo supo, Mosley Clevon dijo que alcaldes y zapatos nuevos, al año aprietan menos.

Hay que saber que esta seña de identidad que conforman los puestos callejeros da de comer por un dólar el plato. No pagan impuestos pero eso no les libra de la voracidad de los policías a los que tienen que engrasar.

En esas elucubraciones andaba cuando pasó un carromato a mi lado, encendió su bombilla pelada, retiró unos plásticos y en cuestión de segundos el aceite comenzó a crepitar en un bol metálico resbaladizo. Caí en la cuenta de que no llovía. Los charcos apenas recibían el impacto de una gota rezagada. Recuerdo que pensé que para Arturo y otros en semejante trance la leve lluvia caliente del monzón seguramente fuera lo más parecido a un abrazo desinteresado.

A Arturo le confirmaron la pena de muerte en los últimos días de Julio. En su primera carta, me pedía como favor que le enviara un estudio sobre ADN que podría encontrar en la página oficial de Naciones Unidas.

” Mi abogado sabe poco de ADN y la apelación me la tengo que preparar yo”, me dijo.

Luego la Vista para su apelación duró escasos quince minutos y el Juez se pronunció diciendo que nones; que lo iban a matar.

 

Cuando era más joven, podía recordarlo todo, hubiera sucedido o no.

En Bangkok, eso de los tuk-tuk, los taxis, las motos o en fin, el transporte en general, es un mundo inextricable para un farang( extranjero).

Caminando por SOI 4 paré un taxi. Antes de iniciar el cansino regateo de precios el conductor encendió el taxímetro, dejandome con la palabra en la boca. Esto ha de ser como encontrar un irlandés abstemio; más aún, una puta virgen., le dije luego a Fergó que me miró sin echarme muchas cuentas como solía hacer a menudo.

La hoja de tarifas del taxi, colgando en bandolera del asiento indicaba a modo de ejemplo que una carrera de 50kms tiene un costo oficial de 280bath. A los farang nos piden 500bath por carreritas de medio pelo, entonces replicamos enojados con el protocolario “VERY EXPENSIVE”, te doy 300bath. El fullero finge que echa cuentas y que se lo piensa y luego dice que si. Nosotros nos apuntamos otra muesca orgullosa en el revolver y el nativo, mientras corrige el espejo antes de arrancar, provoca un reflejo como de diente de oro, calcado al que alumbraba toda la avenida de Pedro el Navaja.

Cualquiera de estos transportes te acerca al SOI COWBOY o Barrio Rojo, que es el eufemismo con el que se suele nombrar a la calle de las putas y publicitar los lupanares con cocktails pesimamente combinados a una tropa de turistas gordos con el atuendo oficial de los occidentales fuera de casa, esto es, o camisetas sin mangas o la equipación del Liverpool.

Fuera, mientras tanto, se coloca otro mercadillo nocturno donde un thai avispado te cuenta que, si compras tal o cuales polvos, te convertirás en la persona que ansías ser y que evidentemente por tu aspecto, no eres.

Fergó suele mostrar un interés fabuloso por casi todo, como queriendo exprimir lo nuevo. Un interés ingenul, casi infantil y por eso maravilloso. Pero el caso es que en este lance no está. Se fue con un trineo de perros rumbo a Calafate( Argentina), al fin del mundo.

Embutido en un abrigo plumón me envió unas fotos desde el penal de Ushuaia,  la cárcel del fin del mundo. Resultó que allí estaba recluido lo peor de cada casa y entre otros, Cayetano Santos Godino ” el petiso orejudo”; un psicópata de 12 años que asistía al sepelio de los niños que asesinaba para comprobar si aún portaban el clavo con el que les había atravesado el cráneo.

Y cuenta la historia que el tal Cayetano, preso de su natural impulso homicida, mató al gato de la prisión, mascota de todos los facinerosos que la habitaban. Estos, sorprendidos por tanta maldad, metieron al petiso orejudo en un barril y lo arrojaron a las gélidas aguas del Atlántico Sur, donde dejó de existir y comenzó a tejerse su historia con hilo de leyenda.

El paraíso lo prefiero por el clima y el infierno por la compañía

Mark Twain

 

Caminar por Bangkok Riverside carece de encanto si eres un donnadie pues en la mayoría de los hoteles alli situados te indicarán la salida nada más cruzar el umbral de la puerta. Pero si eres un esforzado ciudadano con ganas de capricho, el lugar es idóneo.

La mayoría de los templos estan cercanos y el rio Chao Praya  no tiene a esa altura el aspecto hediondo de tres meandros más abajo.

Aunque la noche cae a plomo y recoge a todo el que esté fuera, algunos restaurantes y locales permanecen con luz. Todo en el Riverside es mejor, está más limpio y es más caro excepción hecha del café que es malo en todo el pais.

En un café de postín del Riverside intenté explicar a la dependienta el tipo de café que me apetecía tomar. Me miraba sonriente mientras desprendía olores a almizcle y vainilla. No conseguí nada. Al poco a mi mesa acudió un muchacho con la bandeja de mi pedido con una amabilidad tan grande como sus orejas que parecían las solapas de una caja de cartón. He observado que los thai no suelen tener las orejas al pairo así es que este seguramente tendría liga con otras razas. Me despedí del café sin apenas probarlo preguntándome dónde quedó escrito que el café hay que servirlo en recipientes tamaño familia numerosa de postguerra; tazas huérfanas de elegancia donde al llevartelas a la boca la cara desaparece en el circulo de la taza y asoma luego con una marcan en la frente y los belfos mojados de haber metido la barbilla y removerla como una brocha en una lata de pintura.

La taza de café ha de ser pequeña, al tipo italiano o portugués, olor a biblioteca y de la talla de la mano de Lauren Bacall. Una taza que  viste como un abrigo largo a un galán engominado o a un tipo de natural taciturno.

Al hilo de todo esto, cuando caminaba por el embarcadero del Riverside de Bangkok mirando las vitrinas de los restaurantes con peces raros, recordé a Fergó romper su habitual silencio para decir que no le gustaba el nudo windsor. Nunca le ví con corbata pero me contó que el nudo windsor sonaba a tipo estirado macerado en Gran Bretaña y flema que hablaba de Windbledon sin haber pisado jamás más hierba que la de la piscina de su chalet adosado.

Yo prefiero el nudo pratt, le recuerdo decir, sabiendo que yo ni los iba a conocer ni le iba a preguntar. Ninguno de ellos ofrece ni el efecto ni la eficacia de la horca.

En el fondo Fergó siempre quiso ser un bribón elegante que se lustrase cada día los zapatos dejando al limpia una propina de categoría. Bajarse del sillón y calzarse su sombredo con una cinta grande de otomán, sabiendo que sus ojos soportaban bien el ala ancha de un sombrero borsalino

  El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos

                                                                                                                            D. Quijote de la Mancha

                                                                                               

                                                CONTENIDO CENSURADO                                        

 

 

 

  

 

A veces pasar por el agua es un acto de nula eficacia a 30 grados tropicales. Recién salido de la ducha bastaba calzarse un traje para parecer ya un gato sucio.

Fergó me dijo que aquí podría regentar un piano-bar al estilo de Ricks Café. Me dijo que su abuelo siciliano y marino de ocupación estuvo casado con una gitana del Campo de Gibraltar, lo cual deduje que era falso porque algo muy parecido había leído en la solapa de un comic de Corto Maltes.

Cada vez que descubría un crimen en las hojas del Bangkok Post se miraba las manos intentando encontrar restos de pólvora en los dedos y al no hallarlos, se asombrada del resultado.

Siempre quiso ser un canalla y le molestaba que le dijese que, a veces, mas que hampón parecía un gondolero del canal de San Marcos o en todo ocaso alguien muy menor, un soplón de la Camorra.

¿ Sabes que Venecia se hunde?

Mejor, nos da mala fama a los Calabreses.

Venecia está en la región Veneta y además, ¿Tu no eras de Sicilia?

Sí, a esos también.

 

 

Y al final, buscando el Ricks Café nos metimos a tomar un cubalibre ron-cola en uno de esos tugurios donde de la camarera te atrae el tatuaje que tiene sobre las tetas y el aire de indiferencia con el que te sirve el brebaje mientras tu te preguntas si con ese mejunje realmente se pudo festejar la libertad de Cuba.

Me pregunto cuantas mujeres entrarán aquí de entre las que acabaron el bachillerato y sospecho que a estas alturas del trago lo que importa es que por la mañana, entre los efectos de la resaca esté una dosis notable de cómplice amnesia.

¡Ya era hora de que abrieran una coctelería donde acodarse en la barra y maldecir con sofisticación!

Y mirando alrededor podría decirse que allí estaba toda la espuma de la ciudad; junto a un tipo con gafas que probablemente lo único que leyera fuera la alineación de la liga de hockey del Canadá.

 

 

 

 

 

Es absurdo dividir a la gente en buena y mala. La gente es tan solo encantadora o aburrida

                                                                                                                                          Oscar Wilde.

                                                                       Lo bueno de los backpackers es que los hay por todos sitios. El alojamiento es barato y a nadie parece preocuparle el olor a pies con lo que las posibilidades de pasar desapercibido aumentan notablemente.

Una noche cualquiera que el Monzón dió una tregua y el agua paró, estuve viendo la noche pasar sentado en una banqueta. El callejón no tenía tráfico y un gato merodeaba la calle varias veces, mirándome al pasar, como si no acabara de fiarse.

la mesa de madera estaba hinchada y cojeaba de una pata, todo alumbrado por una nevera repleta de cervezas que no tenía candado.

en esas que apareció un tipo alto, fuerte, tocado con un sombrero de cow-boy. Cogió su cerveza beerlao y se sentó a mi lado sin decir esta boca es mía.

Australia, dije

Denver, in Colorado, me corrigió como si la culpa de mi error fuese suya.

Y así andábamos contándonos cosas de tanteo cuando apareció un tipo inconfundible. Maldijo en arameo cuando se dejó el meñique del pie en el quicio de la puerta pero aún sin ese detalle solo podría ser un pirata de una película de Errol Flin o un rockero de Vallecas.

Y así anduvimos los tres, tumbando cervezas y mascullando cada uno sus cosas hasta que se me ocurrió decirle al de Vallecas que Rosendo se retiraba.

…Silencio….emoción y un nudo en la garganta mientras en el móvil buscó «maneras de vivir» para que el de Denver lo escuchara.

¡Rosendo!, le decía a gritos, ¡ Rosendo c,est finí!!

Y el de Denver repetía: ¡ Rosenda, Yes! Rosenda!

Taylor siempre me pareció nombre de carpintero mormón o de sastre de Boca Ratón, pero este se llamaba así.

Y mientras sonaba «maneras de vivir» a todo trapo, en un callejón oscuro de Bangkok, el vallecano le explicaba a Taylor en francés quién era y qué significaba Rosendo para su generación.

El de Denver intentaba comprender en voz alta cómo era posible que ese hippie ronco del video, demacrado y enjuto, tuviera nombre de mucama negra de Alabama: Rosenda

Entonces le pregunté al de Vallecas que por qué motivo la hablaba a Taylor en francés si allí nadie hablaba francés.

Me miró y sin más importancia dijo: Tengo 55 años tío, en mi época solo se daba francés; no se otra cosa macho.

Y al decirlo echaba la cabeza de atrás hacia adelante meneando su pendiente de aro y, al compás de Rosendo y «maneras de vivir», con una púa imaginaria se rascaba el muslo a modo de guitarra.

Entonces el gato volvió a pasar mirándonos en silencio y yo pensé: con razón no se fiaba.

 

HOSPITAL SIRIRAJ

           Conocí la sala forense del Hospital Siriraj gracias a un libro de Lawrence Osborne que llevaba viendo meses hasta que decidí comprar y leer.

Me malicio que cualquier sitio que frecuente Osborne es silencioso o decadente; el sitio perfecto para mí. Sospecho que en las habituales guías de la ciudad no hay mención al sitio, cosa lógica porque está al otro lado del río, fuera de las rutas cómodas y no es muy popular salvo para lo que ahora se ha dado en llamar tanatoturismo o turismo friki. Para aquellos que sienten atracción por lo bizarro es el sitio ideal.

 

A mi me movió hasta Thomburi y el hospital SIRIRAJ la posibilidad de ver el cadáver de Si Ouey, un asesino en serie chino que en los 50 del pasado siglo mataba niños y se los comía.

La momia aparece negruzca en su vitrina, acartonada, ínfima.

Reconozco que mirándole las cuencas de los ojos vacías, ya no hay ni rastro de la maldad que se debió ir cuando el espíritu abandonó la carne. Básicamente es todo lo que me interesaba de aquel museo. El mal habita en cada uno de nosotros aunque a todos nos cueste admitir que detrás de una sonrisa bondadosa pueda esconderse el horror.

El resto de la visita la componen cráneos, huesos, fetos y armas homicidas. Fotografías que muestran heridas mortales, accidentales o criminales. Al lado una sala de parasitología a la que eche un vistazo casi al trote incapaz de sostenerle la mirada a algunas fotografías.

A la salida me percaté de que había bastantes chinos. Todo está lleno de chinos. Desde que abrazaron en capitalismo con la fe del converso pareciera que la Gran Muralla hubiere reventado como una presa y hubiera vomitado chinos por todo el planeta.

 

 

 

 

 

  QUIEN CIERRA LA PUERTA A LA DUDA, DEJA FUERA A LA VERDAD

 

 

 

 

 

La visita a Klong Prem Central Prison tiene una liturgia que pasa por visitar en su despacho a Ms Lamai, una tailandesa diminuta arellanada en un sillón negro del que apenas puede moverse por el peso de las medallas y condecoraciones que se le amontonan en la guerrera.

Me miró y desplegó de forma paulatina una sonrisa como se despliega un abanico, y al sentarse observe que bajo la mesa andaba descalza y sus piececillos en unas medias de color beige claro se movían como dos ratoncitos nerviosos.

Una docena de sellos y rúbricas después caminaba por una galería donde tipos en abandono sacaban los brazos cansinos por entre los barrotes, como monos lampiños. Entendí que asomar los brazos es una forma precaria de sentirse fuera de la celda. A medida que avanzaba se iba silenciando el ambiente, disminuyendo la luz y adquiriendo notoriedad el sonido de un grifo que en algún lugar andaba goteando.

 

                                                                                                                                                                                            

                                                                   CENSURADO

 

                                                                                                             


 

 

 

        No hay belleza sin algo extraño en sus proporciones

                                                                                             Francis Bacon

Para mi, la Soi 11 de Sukhumvit es la calle preferida de las de Bangkok. Tiene un café, el Au bon pain, donde sirven en tazas pequeñas para tener la sensación de algo decente.

Enfrente, el Zanzibar tiene una terraza con música en vivo y orquestas que animan a los clientes a subir a cantar con la certeza de que el ridículo quedará lejos de casa.

A lo largo de la calle, todo tipo de hoteles y restaurantes como el Oskar, buenísima cocina a precios malos. Y al otro extremo, cocina callejera.

Frente al Zanzibar, un callejón silente te permite andar apartado del trasiego. Parece un callejón como de postguerra vietnamita o de aldea camboyana; con niños en cueros chapoteando en las acequias cercanas mientras un buey mira resignado intentando no perder bocado.

El callejón produce la sensación de despertar en un sitio lejano y desconocido donde ser quien quieras. Viajar tiene mucho de eso, de comenzar de nuevo, de ser otro. Los que somos de natural soñador andamos perpetuados en esa búsqueda

Mosley Clevon me dijo en cierta ocasión que se había comprado un bombín y caminaba entre sus vecinos con el en la cabeza. La certeza de que sus conocidos se preguntaban por qué llevaba bombín le satisfacía enormemente.

Y he de decir que entre mis placeres está igualmente transitar una calle cualquiera usando un bastón con empuñadura de plata y un sombrero panameño, fingiendo una leve poética cojera.

Por el fondo del callejón apareció una chica sobre una bicicleta. Llevaba un vestido claro que cubría el sillín y se derramaba a su alrededor como si rompiese en espuma. También llevaba una pamela de paja trenzada. A cada pedaleo mostraba sus muslos haciendo que su piel cruda me hiciese adelantar un latido cada dos.

La pamela le cubría los ojos dejando a la vista solamente su boca y en ocasiones la nariz. Cualquier cielo que se probase seria de su talla.

Pasó a mi lado sorteando los baches y sin mirar, y al alejarse me pareció que la media docena de manzanas que, en su cesta, saltaban como palomitas de maíz, lo hacían sincronizadas con mis latidos.

 

 

                                                       

                                        

                                      La leche es el agua vestida de novia

                                                                         GREGUERIA

 

 

Bangkok es perfecto para fugitivos. Valen tanto los que escapa de la ley como los que lo hacen de una boda que ya tiene contratado el catering; de hijos sanguijuela o de un trabajo de mierda que vampiriza minuto a minuto como un gotero.

Tambien llegan a la ciudad exploradores, exploradores con glamour, simples turistas y adolescentes suicidas buscando exteriores.

Bangkok los fagocita a fuego lento como en una playa de arenas movedizas. Vienen nuevos ricos chinos y muertos de hambre europeos y una mezcla de ambos; aristócratas franceses como nuevos pobres con modales Romanov. 

 

 

 

En la SOI 22 hay un mural callejero de Marilin Monroe con su falda volandera. Es el mejor dibujo que he visto nunca de la tentación y no tiene una mísera rúbrica a quien agradecer que cada día, al pasar, tenga la mágica sensación de que será ese día cuando le vea los muslos a Marilin.

Aquello me recuerda la impaciencia que sentía esperando al cartero cuando, siendo niño, compré por catálogo en la sección clasificados de Reader Digest unas gafas de rayos X que sabía que o funcionarían pero que, para las diabluras que me disponía a hacer con ellas, bien valía la pena apurar toda posibilidad por ínfima que esta fuera.

Las tailandesas empiezan a obsesionarse con los implantes de pecho, con blanquearse la piel y con occidentalizarse la nariz con lo que habrá que darse prisa, le dije a Fergó, quizá nos quede una década antes de buscar otro sitio donde pasearse con unos zapatos de tango no sea de chalados.

A mi lo que me gusta es entrar en un tugurio apartando con las manos el humo como se apartan las telarañas de un sótano, dijo. Supe entonces que volvía a fabular con su personaje preferido; un truhan con actividades siempre sospechosas y extrañas. Cuando eso pasaba lo dejaba hablar. Sabía que empezaría alguna reflexión sobre como preparar un buen Gin-Tonic, o sobre por qué es mas sensual decir sujetador como algo que evoca sujetar lo que tiende a escaparse que no sostén, que solo sostiene lo que parece tender a caerse. En cualquier caso, historias de trenes que oye cuando se pasea con sus zapatos de tango.

En el muelle de PHON TAI, un sitio para cenar frente a una baranda de madera como el puente de mando de un galeón de nombre Santa Barbara mientras en cruje el  pantalán y se oyen chapoteos sospechosos Fergó calló cuando le trajeron el plato.

Deduje que la comida estaba demasiado picante. Abría la boca en exceso sin decir nada, como un besugo falto de oxígeno. Su frente se le pobló de gotitas de sudor mientras, disimulando, cogía mucho aire antes de dar un trago grande de cerveza Shinga.

Yo no le dije que con sus puntitos de sudor, la rojez de su cara, sus ojillos parpadeando como una vela e hiperventilando en voz baja no parecía ningún malhechor. Tampoco le dije que estaba ridículo con sus nuevas gafas doradas como los tiradores de un féretro. No tenía sentido; probablemente al día siguiente las habría extraviado.

Pese a todo, los barrios que se derraman hacia el Chao Praya tienen la magia de lo sencillo. Yo lo que digo es que los colores huelen a nostalgia. A mi me gusta pensar que por aquí es posible encontrar una cajetilla de tabaco en rojo vivo donde aparezca un Cowboy con un lazo y no la foto de un tipo entubado entre horribles sufrimientos. Me gusta pensar que aquí hasta los niños menticantes despliegan una sonrisa que ofende a cuantos estén enfadados. Me gusta pensar, en definitiva, que en el recodo de una calle es posible encontrar un tipo salido de una novela de aventuras de Emilio Salgari y no un portal húmedo donde, arrinconado contra la persiana y aterido de frío, se hubiera muerto Enrique Urquijo.